Hambre en Venezuela
Sugey López
Testimonio
“Yo salgo de Ocumare del Tuy los martes a las diez de la mañana, con una arepita o pedacito de yuca en el estómago. Salgo el martes para marcar la cola, porque a mí me toca comprar los miércoles en los supermercados de Charallave. Paso todo el día con mi hermano. La noche, la mañana y a veces la tarde, todo para que muchas veces al final nos digan que sólo hay papel higiénico y no hay comida para comprar. Y uno se decepciona.
Somos muy unidos. Hacemos la cola para cinco casas y en ocasiones nos dan dos paquetes de harina a cada uno. Somos dieciséis miembros en la familia y entre los tres hermanos, que somos los únicos que trabajamos, compramos para todos.
Si no pasamos la noche marcando la cola, no agarramos número. No sirve llegar de madrugada. Ya a esa hora es tarde. A mi hermana le toca los jueves, entonces desde el miércoles uno de los dos la acompaña para que no esté sola en la cola.
En Ocumare no hay dónde comprar, todo está cerrado o tomado por el Comité Local de Abastecimiento y Distribución, los CLAP. Cuando llega un camión con harina y pasta, siempre lo desvían para allá. A mi sector, en Súcuta, no le corresponden esas bolsas de comida… aunque nos han censado varias veces.
Tengo un hijo de 10 y unas morochas de 6 años. Yo me arriesgo al enfrentamiento de bandas en la zona con tal de que desayunen en la Escuela José Félix Ribas. Hay madres que no mandan a los niños porque es muy peligroso. Ha bajado la matrícula. Yo me quedo ahí esperando a mis hijos hasta que terminen sus clases y veo a unos niños como apagados, que no quieren jugar ni cantar.
Hay noches en las que mi esposo y yo nos acostamos sin comer porque lo que hay se los damos a los niños. Y las morochas están por debajo del peso que les corresponde. Una prima no puede amamantar a su bebé de cuatro meses porque como está mal alimentada no le sale leche. Le ha estado dando tetero de mango.
No podemos comprar bachaqueado: una harina cuesta 1.500 bolívares y eso no lo podemos pagar. Tenemos yuca en el patio de la casa, pero se cosecha solo dos veces al año y ya se nos acabó.
En las colas la gente se desmaya, son casi dos días de pie. Mientras estoy ahí, le pido a Dios que traiga artículos para poder comprar. En la cola no hago nada, pero gasto mucho dinero. Una botella de agua vale 150 bolívares y si nos sentimos mal por estar pasando hambre compramos un pastelito de 400. Y la verdad es que un pastelito no es nada: eso no llega ni al estómago.
Los fines de semana es una zozobra con mis hijos. Hacemos una comida y, en ocasiones, dos. Nunca tres. El desayuno se lo damos a las once para que vuelvan a comer a las seis de la tarde y a las siete los acostamos para no escuchar: “Mamá, tengo hambre… quiero comer algo”.
Si tenemos para comprar papas, no podemos comprar pechuga. Si compramos sardina, no hay para el aceite. Cada día en la casa se hacen tres ollas de mango sancochado y ya está por terminarse la temporada.
El otro día una de las morochas me dijo que no quería más mango. Era lo único que tenía. Y la otra morocha le respondió: “Eso es lo que hay, hermana. Eso es lo que mi mamá consigue”
Sugey López, 31 años. Ocumare del Tuy, estado Miranda.