Hambre en Venezuela

Mauren Rebolledo

Testimonio

“Cuando un vecino sabe que al día siguiente entregarán las bolsas del CLAP, lo grita por toda la calle y así se entera uno de que va a tener comida.

Vivo con mi abuela, mi madre, mis dos hermanos de 32 y 20 años y mis dos hijas, de 11 y 8, en La Vega, Caracas. Somos siete en total. Con los cestatickets que recibimos en nuestros empleos, los tres hermanos cubrimos servicios, alimentación y gastos de salud de mi mamá y mi abuela.

Hemos logrado hacer las tres comidas diarias, aunque los platos han cambiado: un cuarto de kilo de carne molida debe alcanzar para todos y si durante dos semanas lo que consiguen es arroz, entonces durante ese tiempo se come arroz con salchichas. Las niñas todavía no aceptan los cambios: extrañan comerse una pieza de pollo completa. La última vez fue en noviembre 2015.

Me cuesta reconocer que mis hijas han bajado de peso. Cuando me dicen “Mamá no me llené” me da mucha impotencia. También me cuesta admitir que en ocasiones he dejado de cenar para que ellas puedan comer. Trato de mantener una coraza para protegerlas y a veces las compenso comprando helado. Me gusta llevarlas al Ávila, pero ahora lo hago poco porque se cansan mucho, entonces las llevo al Parque del Este los domingos. Cantamos, nos reímos y les digo que está todo bien. Ya hay mucha gente quejándose y no quiero ser una más.

Trabajo desde las ocho de la mañana. Busca a mis muchachas en el colegio al mediodía para llevarlas a casa y luego sigo trabajando hasta las cinco de la tarde. Al salir, voy a clases hasta las nueve y media de la noche. Cuando llego a la casa chequeo una pizarra donde está el cronograma de actividades escolares de mis hijas y las tareas domésticas. Al terminar lo pendiente, estudio como hasta la una de la mañana.

Mi salario está un poquito por encima del sueldo mínimo. Y con eso tengo que cubrir la educación de las niñas, las meriendas y todos sus gastos. La mensualidad del colegio la acaban de aumentar y el monto de la inscripción lo conseguí porque vendimos una de las dos neveras que teníamos.

Hoy lo que tengo en la cuenta de ahorros es lo de la venta de la nevera. Tres cuartas partes se usaron en la inscripción de las niñas y la otra cuarta parte tiene que rendir toda la quincena. Le debo a la tarjeta de crédito casi el doble del monto en que vendí la nevera, más lo que debo en la calle. No me doy ningún gusto ni compro nada para mí. Estudio becada Administración en la UCAB y eso me permite desarrollar una mentalidad emprendedora y un compromiso, pero muchas veces me pregunto para qué estoy estudiando: ¿para emprender qué si no hay con qué?

A veces el desánimo me arropa.

En la bolsa del CLAP viene, cada veinte días, un kilo de arroz, un kilo de harina, un kilo de pasta, un litro de aceite, un kilo de leche y un kilo de azúcar. En la casa nos tocan dos bolsas porque somos dos núcleos familiares. Hice colas para comprar en el mercado hasta la Semana Santa del años pasado: estuve todo un día para comprar una mayonesa. Y si llega algo de carne es como se ve en los videos, donde las mujeres se pelean por un pollo. No estoy dispuesta a vivir eso.

El día que el señor de la panadería me dio un pan fiado porque no tenía cómo pagarle, lloré durante dos horas seguidas. Solita. Sin que nadie me viera”

Mauren Rebolledo. Estudiante de Administración, Secretaria del Departamento del Centro de Investigación de la Comunicación en la UCAB y profesora de danza litúrgica en la Iglesia de La Vega. 29 años. Caracas.

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