Hambre en Venezuela

Adolfo Marquina

Testimonio

“Extraño comerme un pollo. Hace rato que no me como uno.

Por más que uno se esfuerce trabajando, no puede darse el lujo de comer como se comía diez años atrás. Me estoy acostumbrando a vivir sin los productos de la ciudad. La plata no alcanza: ¿un atún en 2.000 bolívares? ¿Una panela de papelón en 4.000 bolívares? Azúcar ni hay y del arroz uno se olvida. Hay que olvidarse de todo.

En Venezuela ni un 20% de la gente goza del privilegio de comer lo que produce. Usted puede tener una mata de tomate en un matero en un apartamento en Caracas, por ejemplo, pero debe esperar cuatro o cinco meses para poder comerse el primer tomate. ¿Y qué va a comer mientras espera? Eso de que la gente siembre en las ciudades es un gusto, una tentación, no una solución. Tendrían que sembrar una mata diaria para mantener a una esposa y dos hijos. Y eso es imposible.

En el campo debemos sembrar para que coma el resto del país. No es egoísmo, sino que a cada quien se le debe respetar lo que sabe hacer, su sabiduría.

Yo cada cuatro meses saco cien sacos de papa, unos cincuenta kilos. Pero como cada ocho días todo sube de precio, cuando finalmente vendo las papas se me va todo en gastos y solamente me queda el cansancio.

El trigo no alcanza en estas montañas. Antes lo mezclábamos con la harina importada, pero desde hace dos años no la traen, entonces no es suficiente el trigo propio. Se cosecha en enero y no dura hasta la próxima cosecha. Si cosechas veinte bultos, hay que dejar dos o tres para volver a sembrarlos el próximo año. Pero ya ni pienso en eso, porque el que piensa mucho se muere antes de tiempo.

Fíjese que de la ciudad de Mérida está regresando la gente al campo a sembrar y a buscar tranquilidad. Una señora en Mérida salía con dos bolsas de un mercado que había hecho después de una cola de un día, dos carajos llegaron y le bajaron el pantalón que vestía y la señora, preocupada, soltó las bolsas para subírselo. Se le llevaron la comida, Fue un robo sin violencia ni maltrato. Acá en el campo no pasa eso, porque todos nos conocemos y somos solidarios ante la situación.

Amistad y respeto.

Mi papá tenía una bodega y eso era fácil: pedir un atún, unas sardinas, cualquier enlatado. ¿Ahora cuánto cuesta y para cuántos alcanza una latica? Si el gobierno no se hubiera metido con las empresas privadas, quizás lo hubieran ayudado a solucionar esta situación.

Yo he hecho una sola cola. Fue en Navidad para comprar un pernil en el mercado Bicentenario y no pude. El pernil se acabó antes de mi turno. Me dio sentimiento. Estuve seis horas.

Más nunca hago cola”

Adolfo Marquina. Agricultor y dueño de un billar. 36 años. Los Nevados, estado Mérida.

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